80 años son muchos para cualquier persona. Más todavía cuando en los últimos seis sufre una enfermedad terminal que lleva camino de costarle la vida en una muerte traumática, pero tristemente prematura. Una época de excesos y dispendios innecesarios que ha llevado a esta entrañable leyenda a lanzar un SOS a sus familiares más allegados. El objetivo, extirpar al 'maligno' que ensucia día tras día una historia forjada a base de sudor y lágrimas. De casta y dignidad.
Por eso no resulta justo hablar únicamente de los últimos vaivenes. Se me viene a la memoria uno de los primeros recuerdos que tengo del Estadio Municipal de La Romareda, el lugar al que siempre consideraré mi casa. Era la temporada 1993-1994 y, por entonces, el Real Zaragoza atravesaba uno de los muchos momentos grandes. Poyet, Esnáider, Cedrún, Belsué, Cáceres, Higuera, Pardeza. Y entre ellos, con Víctor Fernández a la cabeza, Xavi Aguado, autor de un gol de cabeza aquella tarde.
Desde entonces supe que nunca querría perderme ni un solo minuto de lo que allí ocurriera. Sentarme y ver a tanta gente alrededor con bufandas en el cuello, banderas en las manos y un león en el pecho me sorprendía, me emocionaba. Más en el colegio, cuando llevar una camiseta del Real Zaragoza era el mayor de los orgullos, por mucho que otros presumieran de Ligas o Copas de Europa. Torneos que nunca tuvimos, pero que tampoco fueron necesarios para aprender a respetar y querer un sentimiento que va más allá de las vitrinas.
Y no precisamente están vacías, aunque sí polvorientas, las de la plaza Eduardo Ibarra. Seis Copas del Rey, una Recopa de Europa, una Copa de Ferias, una Supercopa de España. Más de lo que muchos lograrán nunca, aunque la enfermedad del Real Zaragoza no ceje en su empeño de dar tiempo y oportunidades a sus rivales. Ocho años y un día se cumplen del "Galletazo" en Montjuic, ejemplo de un club considerado grande por la gran mayoría de amantes del fútbol nacional.
Por eso y por años y años de amor y fidelidad duele tanto, tantísimo, ver en lo que se ha convertido. Porque renegar del Real Zaragoza es un imposible, como no se puede dejar de lado a un familiar por muy mal que esté. La actualidad que nos toca vivir es la de un equipo que se arrastra en el terreno de juego, más allá de las constantes vergüenzas y ridículos que hace sentir a la afición su máximo accionista y presidente.
¿Pero se puede permitir que una sola persona destroce la pasión de decenas de miles? No y rotundamente no. Para ello, todo el zaragocismo debe remar en una sola dirección. Porque 80 años para un club de fútbol no son nada y menos para el icono de una ciudad que nunca entendió de rendición. Está en juego mucho más que un descenso o un partido de rivalidad. Porque la vida de lo que más queremos se agota cada segundo que la herida no deja de sangrar. ¿Cómo no te voy a querer?
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